Reflexión 9. Metodologías tradicionales en el aula, la ley del mínimo esfuerzo

 Tengo muchos recuerdos de mi etapa educativa obligatoria. Muchos de ellos provienen de fuera del centro en el que por suerte o por desgracia me tocó estar, sin embargo, debo centrarme en este caso en aquellos puramente académicos. No es necesario hacer un gran esfuerzo para resumir en qué consistía ir a clase durante un curso entero: cinco días a la semana, seis horas en el mismo aula sentada en mi mesa individual, clases magistrales con el profesor explicando, o leyendo, lo que decían mis libros de texto -esos que tanto pesaban, a mi espalda y al bolsillo de mis padres-, deberes infinitos que no entendía en muchas ocasiones, correcciones rápidas de dichos deberes sin ningún tipo de retroalimentación, exámenes en los que soltaba cada coma de aquellos libros tan pesados, y poco más. ¿Suena divertido? ¿emocionante? Posiblemente no, pero lo cierto es que no lo fue. Expongo mi caso porque ejemplifica, como el de muchos otros, el compendio de metodologías tradicionales que se llevan arrastrando durante años en nuestro sistema educativo, y que me parecen uno de sus mayores problemas.

Ken Robinson, en TED Talks Education (2013), comentaba que los profesores, además de transmitir información, deben provocar en el alumnado una inquietud y curiosidad hacia el aprendizaje. De nada sirven para ello las metodologías tradicionales que se comentan en el párrafo anterior. El rol del maestro es facilitar el aprendizaje, pero las figuras docentes que hemos tenido hasta el momento, se han limitado en una inmensa mayoría a reproducir contenidos, obviando este proceso de aprendizaje.

Los libros de texto pueden entenderse como una herramienta de tantas en el proceso de enseñanza-aprendizaje, sin embargo se emplean como eje central de cada asignatura. ¿Podemos considerar que nuestro sistema educativo aboga por una educación inclusiva cuando se permite el uso de un mismo libro para que todos los alumnos, con sus características individuales, adquieran los mismos aprendizajes? Todo esto obviando por supuesto el coste económico que suponen las familias favoreciendo que crezca la brecha de desigualdad.

Por otra parte, los deberes dejan de tener sentido en el momento en el que no sirven para aprender ni para adquirir conocimientos, sino para reproducir, de la misma forma que en los exámenes, los contenidos de los libros de texto. Es inexplicable que continúen empleándose métodos en los que sólo se valora el resultado momentáneo, y no el cómo y porqué se ha llegado a él, ni qué ha aprendido -que no memorizado- el alumno.

Teniendo en cuenta todo lo comentado, es sencillo suponer que estas metodologías están destinadas a perderse en el olvido en un futuro próximo, sin embargo, los primeros en resistir a tantos cambios son quienes juegan en primera línea: los profesores. Cambiar el concepto de enseñanza-aprendizaje y trasladarlo a la realidad del aula requiere mucho tiempo y esfuerzo, lo que posiblemente sea el origen a esa oposición al cambio, no obstante considero fundamental que los docentes den un giro de 180° a estas metodologías, y se impliquen para mejorar realmente la calidad de su enseñanza, creando por ejemplo los apuntes o materiales de sus materias y adaptándolos a las inquietudes de cada grupo, o centrando la enseñanza en el proceso de aprendizaje, y no tanto en los contenidos.


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